jueves, 5 de junio de 2025

Sed sin nombre

Cada noche me acuesto

con fuego en la piel

y el silencio en la espalda.

Te miro —a veces duermes,

otras finges que no existo—

y me muerdo las ganas

como un perro atado a un poste

en mitad del invierno.


No te culpo,

aunque a veces quisiera.

Sólo duele la necesidad, 

este deseo sediento, 

como una hiedra salvaje

trepando por dentro,

mientras el tuyo

se marchita sin ruido,

como flor que no pide perdón al secarse.


He intentado ser ternura,

ser juego,

ser espera.

Pero a fuerza de rechazo

uno deja de tocar

por miedo a quebrarse.


Y me pregunto

si este amor aún nos contiene,

o si sólo queda

la costumbre de no soltar.


¿Será esto la vida que me queda?

Un lecho frío,

una sed sin nombre,

una puerta que no se abre jamás.


No veo salidas.

El amor no vuelve.

El deseo no cesa.

Y a veces pienso —sin dramatismo,

sin sangre—

que tal vez la muerte

sea la única pausa posible.

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